Estoy leyendo "Caligrafía de los sueños",
de Juan Marsé.
Este párrafo me ha gustado mucho
y por eso quiero compartirlo
..." La fatalidad ha querido que el dedo sacrificado sea el índice, el veleidoso dedo del destino, el mismo que apretó el gatillo en el huerto del abuelo cinco años atrás, el responsable del re en los añorados ejercicios para cinco dedos. No hubo tiempo para aprender gran cosa, fueron apenas diez meses, una hora cada lunes y jueves acariciando las teclas y leyendo música en voz alta al compás del tres por cuatro, pero lo poco que aprendió lo considera un tesoro, un privilegio. "Levanta la cabeza, no mires tanto el teclado", flota aún en el aire la voz de humo del maestro: "La música no está en las teclas, la música está en la memoria de los dedos y en el corazón"
La memoria de los dedos. No sabría explicarlo, pero juraría que ante aquel maltrecho teclado con manchas de nicotina había aprendido algunas lecciones para andar por el mundo. No es que el profesor Emery le aleccionara expresamente acerca de nada - salvo una vez que se burló de un compañero de clase, al que aventajaba, y el profesor le dijo que ser bueno con el piano exigía ser mejor persona -, pero en su manera de serenarle las manos obligándole a dejarlas quietas sobre el teclado, reposadas y dóciles pero atentas, rozando apenas con las yemas de los dedos el marfil alabeado y el negro barniz de los bemoles, sin permitirle presionar antes de haber cantado la partitura por completo y de memoria, él había intuido un magisterio que iba más allá de las rudimentarias lecciones de solfeo y piano, una determinada forma de entender y asumir todo lo que le pasaba, y recuerda que fue en aquella vorágine de notas bailando en el pentagrama y en su cerebro donde un día percibió de pronto el aroma de una nueva y extraña disciplina que estaba muy dispuesto a abrazar en el futuro. Así, costumbres tan simples como levantar el brazo iniciando el compás, atrapando las notas en el aire como si fueran mariposas de luz bailando en la oscuridad, y el hábito de las manos apaciguadas y expectantes sobre el teclado convocando el milagro del acorde armónico, tendían misteriosamente, un día tras otro,a convertirse en pequeños preceptos de moralidad"...
sobre todo en el corazon!
ResponderEliminarun beso
gracias...
ResponderEliminarBesitos
Y a mí me gusta también, tiene tanto que contar, quedan ganas de seguir leyendo
ResponderEliminarBesos