El parque

"Cómo otras muchas veces, paseaba con los perros por la noche, haciendo la última ronda del día, cuando reparé en el parque. Mil veces había pasado por su lado, pero está vez fue diferente. No se si fue porque sólo lo alumbraba la luna, esa luna blanca, redonda, hermosa como ninguna, o que yo estaba predispuesta a ello, por aquello de tener la cabeza en otras cosas, el caso es que ese parque pequeñito, de suelo de arena, y que sólo tiene columpio, tobogán y dos balancines, rodeado de una valla de madera pintada de colores, esa noche me pareció muy triste. Triste porque ya nunca volvería quién se fue. Me acerqué un poco más, y a la luz de la luna me di cuenta de una cosa, no estaba triste, estaba descansando, esperando a que mañana, con la luz del día, volvieran otros a disfrutar con él, a pasar un buen rato en el columpio: "más alto, más alto"; a bajar por el tobogán, no muy grande a la vista de un adulto, pero gigante para la mirada de un niño. Y me sentí bien, pensando que así es todo; tristeza y esperanza van unidas de la mano, haciéndose compañía la una a la otra, bajo la mirada serena de una superluna en este mes de octubre"